El sofá en el tejado.

Suplica entrar la lluvia castañeando en la ventana, arrastrado un trazo que no aguanta vivo hasta la siguiente pincelada, y repite y golpea y nos llama, pero un libro que te engulle la mirada te hace olvidar el resto, como si ese rincón del sofá fuera tu orilla particular de este mundo. Absorta, con la boca entreabierta, perdiendo tras las gafas a quien nadie enseñas, letras que devoras en páginas que devuelves, una tras otra, apoyadas sobre tus rodillas. Cuelgan trenzas improvisadas de tu pelo mal recogido, deshilachadas por tu mejilla como manos demasiado finas con dedos infinitos.

Te observo de lejos, trazo cada línea sobre arrugas en la ropa que me señalan por donde se cuela la mirada, fragmentos de piel que irrumpen bajo la manga, por el cuello, por la envidia que empiezan a sentir mis dedos. Me acerco con la mano que sigue a mi boca y me lleno los dientes con tu cuello, muerdo pero no muerdo, beso pero no beso, sólo arrastro los labios hasta juntarlos de nuevo, y me llevo la piel que encuentre, atrapando pecas.

Me revuelvo en la raíz de tu pelo, mascullando aire sin hablar, y te quito el lápiz que sujetaba la madeja que se suelta sobre mi, volcando mechones negros que se derraman por mi cara. Encuentro con mis dedos la boca que finge morderme, tragando la yema que trato de sacar sin llevarte conmigo y a cambio te abrazo la lengua de par en par. A ciegas te quito las gafas, que nadie sabe donde acaban, quizás donde el libro, a dos kilómetros de nosotros, en el suelo que pronto será percha sin brazos.

Me apartas un segundo, y te ayudo a quitarte la camiseta arrastrando mis manos por tu costado, volviendo sin soltar tacto. Deshago lo que me resta de boca bajo tu cuello, que se vuelca y se quiebra, a la vez que pierdo mis manos al desierto de tu espalda, donde caen diez dedos que trepan y vuelven a morir. Me detengo, admiro tus pechos sólo un instante, el justo para no perderme al cerrar los ojos y asomar con la lengua una punta que roza y dibuja círculos alrededor de tus pezones, antes de abrazarlos con la comisura de perversa sonrisa.

Me sigo deshaciendo, caigo por tu ombligo arrastrando besos que arañan tu piel en saliva y juego con mis manos a rozar tus pechos como quien teme romper el agua mojándose los dedos. Encuentro en tu ombligo un manjar a bocados, me trago el aire que nos separa, te siento respirar y perderte, cada vez más fuerte, cada vez más lejos.

De rodillas frente a ti, sin rezar, me encuentro ante tus pantalones de cremallera y botón, que parecen reventar por dentro, como si la aldaba chocara contra una campana llamando a la puerta. No se mueve, pero lo siento. Te apresuras a deshacerte del pantalón, pero te cojo gentilmente las manos, que este nudo quiero deshacerlo yo, poco a poco, siguiendo mi propio juego. Primero, arrastro mi cara contra la cremallera, quiero quemar el aire que respiras, y luego, fingiéndome torpe, desabrocho el botón que se me escapa de las manos, pretendiendo no acertar.

Quitarte el pantalón para volver a subir con las manos vacías por el muslo es el siguiente paso, para encontrarme frente tu ropa interior, negra, sin adornos, como un telón que no se levanta, se baja, pero ahora no, déjame antes jugar, jugar a que mi mano resbala, a que mi lengua rasga lamiendo y prende fuego, déjame jugar a que no sé que hay dentro.

Bajo los escalones que me llevan a verte desnuda de uno en uno, sin prisa, y deteniéndome a besar lo que veo, con paciencia. Cuando por fin tus bragas bucean por el suelo, me paro. No hago nada. Miro tus ojos cerrados y espero. Pídemelo. Pídemelo y lo haré encantado. No tardas en susurrar y hablarme con las manos, y para mi es suficiente, que las venas me empujan al suicidio si no te toco. Te beso, pero a la comisura de los labios que hay entre tus piernas, como un beso a ciegas errado. Vuelvo a probar y fallo de nuevo, beso la piel que rodea tus piernas hasta que el juego me deja sin sentido, y te abrazo con la boca abierta, empujando con mis manos sobre tu culo, perdiendo la cordura, el aire y la saliva.

Se me antojan pocos dedos una lengua, se me queda corto un solo beso, y acude mi mano y llamo a mis dedos, que buscan donde la lengua no llegaba. Se queman, arden, se rocían de tu piel por dentro y te buscan. Te mueves contra el sofá, noto tus pulsaciones en la yema hirviendo, y subo la apuesta con la punta de la lengua, revolviendo un pincel contra el agua. Te oigo respirar con vocales inaudibles, aullidos entrecortados, y te mueves, te acaricio, y te tensas, te lamo, y te pierdes, te encuentro. Hasta que te noto caer como si hubiéramos levitado el sofá hasta el tejado.

No te resistes a tumbarte sobre mi, a lo largo del sofá, con un brazo que repasa y cuenta el pelo que te cae sobre la espalda. Una voz inaudible me regalas al oído, un resuello con letras que advierte que esto no ha terminado.

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4 respuestas a El sofá en el tejado.

  1. Bala_Perdida dijo:

    Speechless….

  2. Ryf_ dijo:

    Cierto. 🙂

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